Postales
eléctricas
FIRE
por Toni Garrido
-¿Exactamente, en qué instante un
individuo deja de ser lo que cree que es?
-preguntó Alan Connducci a los presentes
de la sala.
Un silencio duro y letal asombró a los
allí presentes, un reducido grupo de
colaboradores que parecían salidos de
una película de terror por su aspecto
circunspecto.
Mientras charlaba con su verbo ilusionista
que parecía la traslación de la palabra
a un cuadro trampantojo, una pantalla
ofrecía El Quimérico Inquilino.
Solo hablaba Connducci, los demás
escuchaban y en algún momento Kurt
le lanzaba algunas preguntas, sentía una
enfermiza fascinación por el cine de
B&B MAGAZINE #34
Polansky, pero sobre todo, por el viejo
forajido con quien abandonó la gasolinera
y el polígono de la árida Arizona, dejando
atrás los enloquecidos casos de Connducci,
a su compañero Ronnie Valmo y la
leyenda de John Wesley.
momentos parecía que levitaba, parecía
otra persona, parecía un ser sobrenatural.
Algo que él buscaba a conciencia, tal vez
lo estuvo buscando siempre y lo había
encontrado en un punto indeterminado
del corazón de Europa.
El recuerdo era algo latente que le
acompañaba, pero era el futuro lo que le
desconcertaba, no sabía hacia dónde iba
su vida, aunque hubo un tiempo en que
sí lo tenía claro, hasta la aparición de su
colega Ronnie.
Ahora Kurt Wanda completaba la trilogía
de chicos con el deseo y la duda como
única meta, ellos protagonizaban una
misma película con varios personajes
sujetos a tres vidas parecidas y sigilosas.
Sus vidas siempre se retorcían en el
crepúsculo del día y en las leyendas
urbanas más profundas y perdidas, todas
ellas flotaban como ánimas en pena en
algunos lugares recónditos y desconocidos
que normalmente estaban dentro de ellos
mismos.
Kurt decidió salir de la sala, caía una
tarde fresca de verano, unos pájaros
revoloteaban con frenesí en una serie de
círculos en perfecta armonía. Se encendió
un cigarrillo y se apalancó en una zona
de troncos cortados, parecía haber
encontrado algo de paz en ese mismo
instante, la verdad es que una pequeña
dosis de felicidad era suficiente para un
chico como él.
Ronnie quedó atrás, todo quedó atrás,
ahora solo había silencio y desconcierto.
Apuró su cigarrillo mientras el sol se
retorcía entre las montañas resistiéndose
a esconderse, una laguna de dudas
profundas le arremetían, parecía que
cualquier canción de Richard Hawley
hacía acto de presencia desde algún punto
lejano. El chico solo estaba deseando la
aparición de una sílfide más hermosa que
el atardecer..., ¿acaso no era lo mejor que
le podía pasar?
Kurt suspiraba cuando le venían a la
memoria aquellas sensaciones de soledad
y fracaso, un monstruo desolador le
incendiaba las entrañas, no conocía la
paz ni siquiera en aquellos parajes tan
alejados de todo.
Connducci se adentró en los cuatro
elementos de la teoría de Empédocles, por
Mientras parecía entrar en un trance
somnoliento, oía un leve rumor que se
desvanecía por momentos para volver a
aparecer entre el silencio. El rugido del
bosque era lo único cierto que se escondía
en es