Cuando mi voz vagaba por las gargantas de la gente
y el eco de mis pensamientos sólo era un susurro
envolviéndose en el asta cavernosa de una enorme caracola...
Eco y silencio que explosionaban al contacto con el aire oxigenado de la mañana.
Cuando el tiempo se derramaba sobre mi mesa de escritura
y en mi mano no se reflejaba ningún sentimiento, ninguna emoción.
La espera me parecía eterna.
Las palabras eran flemas que ascendían a la nada.
El lenguaje se encontraba vacío frente a mí,
y yo me aburría al poder manipularlo.
Pedagogo dialectal y ambiguo que escribe mejor que habla.
Aún escucho piar a los sórdidos pájaros que se criaron en mi cabeza,
pero ya sé que echaron a volar
aun antes de haberme concebido.
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