Military Review Edición Hispano-americana Marzo-Abril 2014 | Page 34
en la sociedad civil, genera más preguntas que las
fuerzas armadas deben tener en cuenta. En un
ejército profesional, donde las mujeres pueden
servir como soldados de carrera desde finales de
su adolescencia hasta principios de los cuarenta
(es decir, durante las décadas reproductivas
de los adultos), la cuestión del embarazo y la
maternidad es algo crítico —casi inevitable. El
único precedente histórico es inútil. De 1727 a
1892, el reino de Dahomey del Oeste de África,
reclutó, entrenó y desplegó una unidad femenina
de combate (un “Cuerpo de Amazonas”) como
parte de su ejército.53 Las mujeres de esta unidad
fueron equipadas con mosquetes y espadas, con
regularidad llevaron a cabo ejercicios y, según
los observadores occidentales, físicamente se
asemejaban a los hombres en tamaño, musculatura
y comportamiento.54 Crucialmente, juraron al
celibato bajo pena de muerte. Los gobernantes de
Dahomey evitaron el problema del embarazo para
sus soldados mujeres al sencillamente proscribir
toda actividad sexual. Tal política es imposible
entre las fuerzas occidentales pero alguna estrategia es probable que sea necesaria en relación
con el embarazo y la maternidad. La sociedad
civil ahora es lo suficientemente madura para
aceptar las muertes de mujeres soldados que son
madres, relacionadas con el combate; sin duda,
la divulgación de las defunciones masculinas
y femeninas en los últimos diez años ha sido
notablemente similar.55 Sin embargo, continúan
siendo un problema.
El embarazo no es un obstáculo
insalvable, pero en la preparación
para la integración de las mujeres
en la estructura de la carrera de
infantería, resulta problemático.
Las mujeres soldados, a veces, han sido acusadas
de embarazarse para evitar que las asignen a operaciones y los embarazos no deseados (resultado
de la confraternización) han significado que las
mujeres tenían que ser enviadas a casa, lejos
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de las operaciones. De hecho, el excluir a las
mujeres de la infantería sobre la base de que un
pequeño número de mujeres no han participado
en las operaciones por quedar embarazadas (accidentalmente o no) no parece particularmente
defendible; muchos hombres soldados han evitado
ir a combate por razones médicas, a menudo,
engañosas. El verdadero problema parece ser los
embarazos planeados con las inevitables brechas
en el servicio y la posible indisponibilidad de las
mujeres para las operaciones. El embarazo no es
un obstáculo insalvable, pero en la preparación
para la integración de las mujeres en la estructura
de la carrera de infantería, resulta problemático.
Conclusión
En la Primera y Segunda Guerra Mundial, los
soldados afro estadounidenses, por lo regular,
fueron declarados, por motivos aparentemente
científicos, incapaces de luchar. Las presunciones
sobre sus insuficiencias se evaporaron rápidamente
—y, de hecho, parecieron muy tontas— cuando los
soldados afro estadounidenses fueron completamente integrados durante la guerra de Corea.56 El
caso de las mujeres en las fuerzas armadas ofrece
cierto paralelismo. En una fuerza completamente
de voluntarios, donde la cohesión se basa en los
criterios de competencia en lugar de adscripciones
sociales heredadas, las mujeres capaces y probadas
pueden servir con tanta eficacia como los afros
estadounidenses que le precedieron.
Sin embargo, el desafío de van Creveld, provechosamente, también exigió que las condiciones y
limitaciones de participación de las mujeres fueran
especialmente reconocidas al tener en cuenta que,
a diferencia de los hombres afro estadounidenses,
las mujeres son fisiológicamente diferentes a
los hombres. Si las mujeres, como las minorías
étnicas y los homosexuales antes que ellas, han
de ser integradas en la Infantería, tienen que ser
seleccionadas con base a las mismas normas que
los hombres. Las pruebas ciegas de género son
esenciales pero esto necesariamente significa
que una proporción minúscula de las armas de
combate en el futuro será femenina. Físicamente
hablando, la mayoría de las mujeres no podrán
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