Military Review Edición Hispano-americana Enero-Febrero 2014 | Page 26
a la disyuntiva “sales o entras”, si “sales” solo queda
irse del país, si “entras” tienes que someterte al
régimen. Si la fuga se percibe como una quimera
y se siente la impotencia para enfrentar la contundente muralla que constituye el régimen, no
queda más remedio que buscar alguna manera de
adaptarse a las circunstancias y asumir, al menos
en conducta y con “doble cara”, la actitud de apoyo
a la Revolución.
La pérdida de la individualidad
“Mientras persiste el imperio de la tradición
permanece como hombre engastado en el bloque
de la existencia colectiva. No hace nada por sí y
aparte del grupo social…” (Ortega y Gasset).
La pérdida de la individualidad y fusión al
Estado condujo a la “inoculación” del germen
de revolución en los integrantes de la sociedad,
incluso en algunos que odiaban el régimen desde
el inicio. Esta influencia no se ha producido en
regímenes autocráticos de América Latina, u
otros países de Derecha o de Izquierda. Dichas
circunstancias son solo comparables con la
Alemania de Hitler, la China de Mao Zedong,
o los terroristas islámicos. En Cuba el Estado,
durante medio siglo, ha sembrado en la mente
de cada uno, consciente e inconscientemente, el
sentimiento “yo soy la revolución”. La población,
con el pasar del tiempo, agudización de antagonismos y comprensión de su realidad, se ha ido
paulatinamente desprendiendo de esa coyunda
mental y creciendo la fuerza opositora. Pero de
cualquier manera, aún con el odio al régimen, el
lastre inoculado mantiene su efecto.
“El pueblo, por su parte, cuando advierte que
no puede defenderse ante los grandes, acrecienta
el prestigio de cualquiera de los suyos para, con su
autoridad, sentirse defendido” (Maquiavelo).
La pérdida de la individualidad y la “inoculación
revolucionaria”, han sido alimentadas durante
medio siglo por la triangulación de influencias
dirigidas a la manipulación mental de la ciudadanía; aunque al paso del tiempo ha quedado
actualmente solo como manipulación de conducta,
ya que la influencia psíquica e ideológica resulta
inocua en este momento.
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Entre dichas variables se encuentra la que
directamente causa el inmovilismo de la población ante el régimen autocrático que le ha sido
impuesto; la expectativa de infalibilidad del status
quo establecido. Esta variable ha logrado persistir
incólume el paso del tiempo.
Cualquier sociedad, en beligerancia contra su
propio gobierno o intervención foránea, cuenta
en sus inicios con la fe en sí misma y convicción
en el triunfo. Pero este fervor fenece en cuanto
se vislumbra la posibilidad del fracaso. Si bien
los inicios estuvieron plagados de acciones
cruentas de una pequeña pero creciente porción
de población contra el régimen, en la medida
que sucedía el fracaso tras fracaso, aumentaba,
proporcionalmente, el pesimismo en la posibilidad
de su derrocamiento. En consecuencia, ha caído
en picada la convicción en el triunfo y, por ende, la
decisión para la acción. Lo peor de la expectativa
de la infalibilidad del régimen es que no es visible,
pocos se dan cuenta, técnicamente, de su existencia
y opera subrepticiamente en los cubanos, tanto de
la isla como en exilio. Este generador subterráneo
funciona de manera que en cada cubano yace la
idea de que es imposible derrocar al gobierno,
para ellos es inconmovible.
La manipulación psicosocial
“…los desposeídos, al quedar pobres y dispersos,
no le pueden ocasionar daño alguno (al gobernante),
y los restantes, ante el temor de ser expoliados como
los otros, permanecerán silenciosos para no cometer
ningún error” (Maquiavelo)
Según constancia del autor de este artículo,
Oficial-Psicólogo de los Servicios Especiales de
Cuba hasta el año 1989, el temor era esencialmente
a las nocivas consecuencias, materiales y espirituales, a perder los irrisorios estándares de vida, a ser
hostigado y perseguido día tras día, a la pérdida de
oportunidades y mejoramiento de las condiciones
de vida, para sí mismo y la familia. Por otra parte,
era sencillo y factible el reclutamiento de agentes
secretos cubanos para la colaboración con la contrainteligencia, pero la motivación subyacente no
era el apoyo a la revolución. Durante largos años
solo percibí el interés, en primer lugar, de obtener
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